Tenemos que agradecer a Gus Van Sant su decisión de no hacer un biopic al uso de estrella de rock: comienzo, estrellato, caída y redención. Elige un camino más difícil, pero también más acertado y sincero.
Es prácticamente imposible saber como fueron los últimos días Kurt Cobain, por lo que el director, inteligentemente, no busca descubrirlos. Su intención es aproximarse a su espíritu, y lo que nos muestra es a un hombre perdido, que huye de todo y de todos. Lo hace de la mano de un Michael Pitt, en plena explosión de talento, al que da escalofríos verle en su papel de Blake /Cobain. Consigue lo que no hicieron ni Val Kilmer con Morrison, ni Joaquin Phoenix con Jhonny Cash. No se limita a imitar al personaje. Captura su esencia y lo dota de una identidad propia, haciéndolo creíble, certero.
A cualquier persona que haya admirado la música de Cobain, la escena en la que Blake está rasgando su guitarra al tiempo que canta con su voz desgarrada, le pone los pelos de punta. Invoca dolor, soledad, necesidad de evasión. Una especie de Coronel Kurtz evadido de la realidad y sumido en el horror.
Aquí no hay "Quien mató a Kurt Cobain", ni falta que hace. Nos encontramos ante una película arriesgada, y como el que arriesga gana, Gus Van Sant ha ganado. Ha conseguido una película sincera, sin dogmatismos en la linea de otros films como su propia Elephant o la esplendida Grizzly Man. Seguramente le hubiera gustado al propio Kurt Cobain.
Es prácticamente imposible saber como fueron los últimos días Kurt Cobain, por lo que el director, inteligentemente, no busca descubrirlos. Su intención es aproximarse a su espíritu, y lo que nos muestra es a un hombre perdido, que huye de todo y de todos. Lo hace de la mano de un Michael Pitt, en plena explosión de talento, al que da escalofríos verle en su papel de Blake /Cobain. Consigue lo que no hicieron ni Val Kilmer con Morrison, ni Joaquin Phoenix con Jhonny Cash. No se limita a imitar al personaje. Captura su esencia y lo dota de una identidad propia, haciéndolo creíble, certero.
A cualquier persona que haya admirado la música de Cobain, la escena en la que Blake está rasgando su guitarra al tiempo que canta con su voz desgarrada, le pone los pelos de punta. Invoca dolor, soledad, necesidad de evasión. Una especie de Coronel Kurtz evadido de la realidad y sumido en el horror.
Aquí no hay "Quien mató a Kurt Cobain", ni falta que hace. Nos encontramos ante una película arriesgada, y como el que arriesga gana, Gus Van Sant ha ganado. Ha conseguido una película sincera, sin dogmatismos en la linea de otros films como su propia Elephant o la esplendida Grizzly Man. Seguramente le hubiera gustado al propio Kurt Cobain.
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