Bueno, y en todas las ediciones de los Oscar hay una olvidada y este año le ha tocado el turno a esta gran película que nos muestra a un matrimonio en descomposición.
Dos grandes actores con unas interpretaciones convincentes que rezuman emoción a raudales.
Hay escenas donde se masca la tragedia, en especial esos desayunos tensos, donde la tensión está acechando para explotar en forma de insultos y reproches.
Un marido huidizo, cobarde, pero transforma su fracaso vital en una resignación que le hace tomarse todo con distancia, aprendiendo a vivir con ello y alcanzando en algunos momentos algo parecido a la felicidad.
La mujer, lo contrario. El fracaso la carcome y la empuja hacía una espiral destructiva. Su anhelo frustrado de cambiar de vida a París, es el detonante que prenderá fuego a la mecha.
Si uno es cobarde, la otra es egoísta, con lo que no se cual es peor de los dos. Me quedo con él en cualquier caso.
San Mendez se mueve como pez en el agua en la clase bien norteamericana, desnudando sus penurias y demostrando que hay más chatarra que oro reluciendo.
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